Cuando hablamos de educación vocacional, habitualmente pensamos en los jóvenes durante su etapa secundaria, pero obviamos a los niños y niñas de edades primarias. Este es un error muy común que pudiera tener consecuencias graves para el desarrollo individual y social. No podemos tener una colectividad productiva y saludable si sus integrantes carecen de un plan de vida que les permita desarrollar al máximo sus capacidades y talentos. Por tal motivo, debe considerarse la educación vocacional temprana.
Desde las primeras etapas de su desarrollo, nuestra infancia se nutre de sueños, intereses y aspiraciones, íntimamente ligados a las personas adultas que manejan y dirigen la sociedad. Educarlos vocacionalmente permite que esas visiones de futuro lleguen a expresarse. De ese modo, las niñas y niños aprenden y experimentan los procesos necesarios para alcanzarlas. El acto de limitar a las nuevas generaciones es un riesgo comunitario que no podemos permitirnos. Por el contrario, se impone establecer prioridades para así crear las herramientas de desarrollo en la niñez, con una perspectiva integral.
Existen varias teorías al respecto (Osipow,1990; Sánchez y Valdés, 2003) que toman en cuenta la personalidad, la decisión ocupacional, la sociología y los intereses vocacionales de los individuos dentro de su marco social. Cada uno de esos aspectos podrá abordarse con mayor efectividad mientras más temprana sea la intervención. Por lo tanto, si añadimos la educación vocacional como eje preferente dentro de los procesos de educación primaria, fomentaremos una sociedad basada en valores como la ética, el amor por el trabajo, la honradez y el compromiso colectivo. Todo esto nos garantizará una vida más responsable, saludable y productiva.